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Navidad pensada
La tarde se vestía de tonos grisáceos y violetas para despedirse del día en Borinquén. En la verde llanura, la caña en flor se mecía con ondulado ritmo de hamaca. Los niños pertenecientes a la colonia caminaban con paso ilusionado entre los callejones del cañaveral. Cortaban pasto para los camellos de los visitantes de Oriente que durante la madrugada del 6 de enero se personarían en sus casas. Aspiraban los trozos de felicidad que el gélido aire de Navidad traía en su vuelo, acompañado por un cosquilleo que les corría desde el centro del corazón deteniendo su ruta en el alma. Era el día más esperado del año.
Dejaron bajo la cama, la caja que en una ocasión albergó el único par de zapatos Sundial que poesían. La misma estaba repleta de la fresca yerba que con tanta diligencia cortaron en la tarde y añadieron golosinas, galletas y leche. Se fueron muy temprano a la cama. La noche de luna amorosa se deshojaba dulce y eterna y el sueño que produce la esperanza de mejores días abría sus alas de cristal para cobijar a los niños en la barriada Buenos Aires. Soñaban con escopetas de corcho, soldaditos de plomo, muñecas con cabellos rubios, cocinas y estufas de plástico, caballitos de madera , trompos, casitas de muñecas con su juego de té.
El silencio frágil e ilusionado de la madrugada de Reyes era quebrado con las notas de los instrumentos típicos puertorriqueños, el cuatro, el tiple y el guicharo, acompañados de algunas voces acentuadas por el aguardiente. __Saludos, saludos, vengo a saludar, saludos saludos vengo a saludar;a lo Naguabeño bonito cantar. Dueño de la casa dueño del hogar, si no tiene el palo mándelo a buscar.
La parranda no importara la hora de la madrugada, era recibida con generosas dósis de ron caña, coquito y vino Cinzano, además de las delicias culinarias propias a la festividad como el arroz con dulce y pasas, el tembleque, los pasteles de plátano y yuca rellenos de carne de cerdo, morcillas, lechón asado a la varita, arroz con gandules.
Cuando la madrugada comenzaba a perder su nombre se servía el último plato, un asopao de gallina cuya confección siempre dejaba viudo a un furibundo gallo de corral, que con su sanguinolenta y erguida cresta anunciaba en tono de protesta la llegada del nuevo día para que los noctámbulos jíbaros se marcharan.
Los Reyes desgraciadamente no llegaban para todos, muchos de aquellos niños de barriada, asomaban sus cabecitas temprano en la mañana debajo de sus catres y camas para golpearse con la desilusión que los Reyes habían seguido de largo y no se detuvieron en sus casas. Cómo explicarían los padres que para que los Reyes se detuvieran, había primero que trabajar 6 meses en el cañaveral como aguador, almuercero o bracero… que toda nuestra vida y hasta la reputación de generosidad y amor de los mismos Sabios de Oriente estaba supeditada a la Eastern Sugar y al salario que nuestros padres puedieran devengar durante la zafra, con la siembra, corte y recogido de los cáñamos.
La Navidad más larga del mundo extendía su pulmón de existencia hasta el día 14 de enero, finalizando con las octavitas…ocho días más de fiesta navideña. Tal vez un mecanismo de defensa en nuestro espíritu, una prórroga a la ilusión para que durante esos días adicionales ocurriera el milagro. Quizás algunos parientes radicados en el Bronx, New York enviarían un paquete repleto de presentes. Quizás el tío Julián pudiera conseguir trabajo como picador o aguador en la próxima zafra y nuestra Navidad pensada y soñada, con algún regalo debajo de la cama el Día de Reyes … se hiciera realidad.
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Luis Edgardo Rivera Abadía
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