Luis E. Rivera Abadía
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Sobre el deseo


Al manifestar o crear lo que queremos o necesitamos, hemos construido un deseo, las circunstancias en las que nos encontramos o las que viviremos aún después de la vida son creadas y matizadas por esta poderosa fuerza.

¡Pero cuidado, la fuerza del deseo puede quedar grabada en nuestro espíritu y prevalecer aún después de nuestra partida del plano físico!

El negro Novoa sintió un fuerte impacto como si le hubiese golpeado un marrón, cayó de bruces en medio del sembradío de arroz, una bala de rifle de asalto se abrió paso con limpieza dentro de su humanidad destrozando uno de sus pulmones. Ya no supo nada más del Viet- Con, de campesinos con grandes sombreros de paja y de la guerra televisada con el corresposal Walter Conkrite.

Abrió sus ojos pesadamente después de tres meses en un hospital militar de Saigón. Apenas podía respirar, la exigua cuota de oxígeno que dificultuosamente se abría paso hacia su pulmón restante quemaba su garganta como el frotar seco del papel de lija. Sudaba copiosamente, el corazón latía muy quedo con laxitud y pereza, su cuerpo era una brasa ardiente las horas languidecian en su carruaje de carne, sangre y huesos.

No pudo resistirse al chantaje de la muerte, la vida de los sentidos ya le dolía demasiado. El cordón de plata que unía su espíritu al cuerpo al fin pudo partirse, la neumonía y los impactos de bala lo devolvieron a su lugar original.

Un guía de luz, lo llevo hasta un plano astral de esos que están entretejidos al plano terrenal, o tal vez no fue el guía de luz y sí sus deseos más inmediatos o apremiantes.

La escena era conocida, tintinear de copas, humo azul de cigarrillo, el brillo de los trajes de lentejuelas de las mujeres alrededor de la barra en charla de coqueteo con los parroquianos, ese suave resbalar de fin de semana hacia el deseo.. Una de las bellezas del lugar le pide un cigarrillo a otra, de hecho más que pedir imploraba, como si fuese la cosa que más importara en el mundo. La otra mujer, que conversaba con sus amigos, la ignoraba. Luego sacó un paquete de cigarrillos de su cartera y sin siquiera ofrecerle a la mujer que con tanto denuedo y ansias trataba de conseguir uno, enciende el cigarrillo.

La mujer a quien no le habían dado el cigarrillo, más rápido que serpiente venenosa, intenta arrebatarle de los labios el cigarrillo prendido. Luego lo intentó nuevamente, nuevamente y nuevamente.

Un escalofrío de reconocimento invadió al Negro Novoa, no había manera que la mujer pudiese tomar el cigarrillo, ¡estaba muerta, como él!

La escena se repite con los hombres de pie al lado de la barra, parecían no poder levantar los vasos hasta sus labios.
Una y otra vez Novoa observa como trataban de tomar las copas entre sus manos y sus manos atravesaban el sólido en los vasos, a través de la pesada madera en el mostrador, hundiendo sus extremidades a través de los brazos y cuerpos de los que su a alrededor bebían los cuales irrumpían en furiosas y constantes peleas a causa de unas copas que en verdad ninguno de ellos sería capaz de llevarse a la boca o saborear.

Para el negro, esto era el infierno querer algo más que cualquier otra cosa, arder por el deseo, sin la más mínima posibilidad de obtenerlo. Una mera ilusión creada por los deseos apremiantes, con el alma atada al lugar donde ese deseo puede aparentemente de alguna forma ser cumplido.

Se obtiene lo que se desea a niveles muy profundos e inconcientes despojarnos de nuestro viejos deseos pudiese ser un importante paso para alcanzar un mayor grado de elevación y de progreso espiritual de lo contrario, nuestro infierno será la manifestación inmediata de las obsesiónes de las cuales hemos hecho un culto durante toda nuestra existencia.

Puede que ocurran sorpresas durante nuestro viaje camino hacia la otra vida, hay estaciones donde debemos parar y tal vez muy diferentes a las que los dogmas y esquemas religiosos nos proponen. Es momento de reflexionar, ¿qué es lo que en realidad, queremos, qué es lo que en verdad anhelamos, qué tipo de pensamientos deben ocupar espacio en nuestras almas.

Luis Edgardo Rivera Abadía
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